viernes, 10 de abril de 2009

Venganza inmortal


Héctor tenía el presentimiento de que aquella noche cobraría su venganza. Aunque sabía que no sería nada fácil, ya que aquello contra lo que tendría que luchar era algo sobrenatural, algo de lo que sólo los más oscuros cuentos del romanticismo saben hablar. Iba a luchar contra el ser que le había arrebatado a lo que más quería, a su novia Sara.

Era una noche de lluvia, y nuestro protagonista ya estaba en la entrada de la guarida de María, la vampiresa que le había arrebatado a su ser más amado. Héctor había tomado la prudencia de esconder bajo la camisa una fina estaca de madera, y dedicar tres años de su vida a estudiar libros y mitos que trataran sobre los vampiros, para conocer sus puntos débiles. Sabía que, si la cosa empeoraba, sólo contaría con la estaca y con sus intenciones de morir de pie, o como él decía ‘al menos moriré intentándolo y no viviré como un cobarde’.

Se decidió por fin a entrar. Allí la esperaba una mujer muy bella y pálida, parecía una Venus de mármol vestida en ropajes negros y su cabello del color del ébano le caía sobre los hombros. Pero aquella apariencia no le engañaba. Aquella máscara era un vil engaño, un engaño en el que si él caía acabaría muerto.

- Vaya, has tardado mucho en venir a clamar venganza.-dijo la mujer.

- He querido venir bien preparado para saber terminar con esto. Me arrebataste a lo que más quería y eso no lo perdono.

- Sabes que no te puedo devolver a Sara, una vez que uno de nosotros manda a uno de vosotros al otro mundo no tenemos potestad de devolverlo aquí.

- Me basta con cobrarme tu vida. Eso sí, antes quiero saber por qué te cobraste la vida de ella en vez de escoger a otras mujeres.

- La razón es simplemente porque las vampiresas tenemos la creencia de que si chupamos la sangre de mujeres bellas conservaremos nuestra belleza toda la eternidad. Escogí a tu novia porque era la mujer más bella que había visto en este mundo.

- Te aseguro que se me rompió el alma cuando vi el cuerpo de Sara en mi dormitorio. Juré vengarme ante su tumba y hoy pienso cumplir el juramento.

- Debes saber que tienes todas las de perder, mortal.



Entonces sí. La vampira se arrojó sobre él mostrando sus colmillos dispuesta a clavarle sus colmillos, blancos como la luna llena, dispuestos a ser hundidos en la yugular de él. Por fortuna, Héctor tuvo reflejos para meter su mano bajo la camisa y sacar la estaca. Pero no contó con que los libros contaban que los vampiros tenían una fuerza proverbial, por lo tanto María pudo tirarlo de espaldas al suelo y sujetarle las muñecas con las manos de tal forma que sus brazos marcaban una V. Héctor forcejeaba para librarse, pero no pudo librarse a pesar de que era un hombre fuerte, que desde pequeño había hecho mucho ejercicio.
- Deja de una vez esta lucha inútil, humano. -dijo María con voz sensual- Únete a mí y te haré inmortal. Serás mejor que esa inútil de Sara. Muchos hombres lo dejarían todo y más por venir a mi lado. Considérate un privilegiado y olvida el juramento que hiciste a pie de tumba.

Al oír esas palabras, el corazón de Héctor ardió en llamas, y, sin atener a razones, o empujado por la memoria de Sara, consiguió levantarse, agarrar la estaca y abalanzarse sobre María. Tuvo la suficiente lucidez para clavársela en el corazón, pero, en cuanto lo consiguió, sintió que algo líquido y caliente le mojaba la parte de atrás de la espalda.

- Te advertí que perderías. – susurró María mientras se consumía en llamas azabache- Lo de que nosotras absorbemos la belleza de las mujeres que matamos no era verdad. Lo hice porque me enamoré de ti desde el momento que te vi por primera vez. No sabía cómo reemplazar a Sara sino matándola. ¿Me perdonas?

- No puedo. Me quitaste lo más amado para mí y eso es imperdonable. Pero al menos voy a morir tranquilo ya que sé que no volverás a hacer daño a la gente. -dijo él mientras se desangraba por la herida de la espalda, causada por una daga que ella le había clavado en defensa propia.

Y al fin Héctor pudo descansar en paz, eso sí, eternamente, sabedor de que había cumplido su juramento y que su amada lo recibiría con los brazos abiertos en el otro mundo.

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