sábado, 1 de mayo de 2010

Panem (relato ganador de la Modalidad B del concurso de literatura del IES Francés de Aranda 2010)

‘Panem et circem’ (Pan y circo) decían los romanos. Desde tiempos inmemoriales, mi raza ha sido muy importante en la llamada ‘dieta mediterránea’. Desde mis antepasados con forma de pastelillo con forma de pirámide de los egipcios y el pan ácimo de los israelitas conducidos por Moisés a la libertad a la barra de ahora, siempre hemos estado presentes en cualquier mesa, ¡hasta nos han usado de plato en la Edad Media! Nosotros nacemos en campos de trigo dorado como el sol, muy posiblemente en la cuenca del Duero , en la Campiña de Sevilla o cerca de los Monegros, aunque también me suena que algunos campos de esa Castilla cantada por Machado también han sido bendecidos por la diosa Ceres para el cultivo.

Luego, este trigo es llevado al molino para ser molido. Todos recordamos los famosos molinos que para Alonso Quijano (más conocido por todos como Don Quijote o el Caballero del Triste Semblante) creyó que eran fieros gigantes y las aspas unos enormes brazos dispuestos a atacar. El resultado del molido es llevado a la panadería para ser mezclado con agua y levadura, y se deja reposar para que fermente.

Luego, ¡al horno! Ahí si que os digo yo que se está calentito, y es donde en realidad nací yo. Aunque me da mucha lástima el panadero, que por nuestra culpa le toca madrugar bastante, jeje. Pasamos unas cuantas horas horneándonos para salir después directos a las estanterías de la panadería para esperar que alguien nos lleve a su casa. Nos usarán para el bocadillo del colegio de los niños, para mojar en el caldo de los fideos, o incluso para hacer delicias de Teruel.

Seguro, querido lector, que te preguntas cuál ha sido mi destino de todos los que he nombrado antes. Ahora viajo en el bolsillo pequeño de la mochila de una adolescente, y me han rellenado con jamón y me han puesto un chorrito de aceite. No me puedo ver por culpa del papel de aluminio que me envuelve, pero debo de tener una pinta deliciosa. Seguro que si a la adolescente en cuestión le toca sentarse al lado de un radiador antes del recreo, me pondrá sobre él para que esté calentito en la hora del recreo. Nada mejor que comer algo caliente durante un frío recreo turolense para quitarse el frío. Además, he oído que su madre hacía lo mismo de adolescente porque comía en el instituto y así lo disfrutaba más. Ya he dicho que esta chica me ha rellenado de jamón, pero hay gente que se hace el bocadillo hasta de… ¿¡ensaladilla rusa!?

Bueno, suena el timbre que marca el comienzo del recreo. La chica se pone el abrigo y me saca de su mochila. Como tiene hambre, me desenvuelve rápido, busca una papelera y tira el papel de aluminio (‘es una chica limpia’ pienso) y al fin veo mi aspecto. Sí, tengo una pinta deliciosa. Me dan ganas de gritar a la chica ‘venga, ¡cómeme de una vez!’. Pero no es bueno comer con prisas, que si no… luego vendrá el molesto hipo. Salgo de la clase abrazado por los dedos de la mano izquierda de la chica, dispuesto a aceptar mi destino. Por lo que veo, no voy solo. Me va a acompañar un zumo de melocotón.

La chica me da un buen mordisco. Esto ya empieza. No me ha dolido. La chica sigue comiéndome y cuando ha salido de la puerta del instituto una mitad mía ya está viajando por su estómago. La chica para de comerme para saludar a los profesores de la puerta y sigue comiéndome.

Bueno, me gustaría seguir contando el resto pero paso de detalles. Al menos mi historia ha servido de ejemplo para relatar al mundo mi historia y la de mis antepasados. Para mí ha sido muy grato hacerte de juglar durante un rato. Y espero que ésta no haya sido una excepción al famoso refrán que dice ‘nunca te acostarás sin haber aprendido nada nuevo’. Al menos, la chica que me ha devorado con avidez lo cumplirá, pues todavía va al instituto. Ignoro si ella es una alumna brillante o una chica calavera, eso me da igual.

Al menos he cumplido con mi misión de alimentar a alguien. Me considero afortunado porque al menos no he enmohecido en una fría despensa ni he servido de alimento a los ratones o a las hormigas, causando quebraderos de cabeza a más de un ama de casa.

Al menos he viajado, desde los campos dorados de Ceres hasta el patio de un instituto donde he servido de almuerzo. Pero me ha gustado el viaje. Además mi especie es barata de adquirir, así que nunca moriremos. Somos inmortales, eso está tan claro como que mañana va a amanecer.

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